Me respondió con un alegato en defensa del hombre primitivo, destecnificado y autoabastecido, que procura recurrir en un sentido mínimo a cualquier “extensión de la persona” con el fin de nunca tener que lamentar habilidades perdidas. En su lista se incluían en el mismo nivel los GPS, las gafas para ver de cerca, el aire acondicionado, la picadora-batidora y la música en mp3, además de ciertos nuevos sistemas operativos pronto ubicuos sin remedio, las afeitadoras eléctricas y el agua mineral. Como conduzco desde hace 20 años, como el coche de marras lo único que no tenía automático era precisamente el cambio y sobre todo, como adoro el debate, que siempre me pone mucho, he querido echarle una reflexión al asunto, bien sea para darle la razón, si la tuviera, bien sea para quitársela, por atreverse a meter en un solo saco tanta habilidad perdida junta. Vosotros diréis.
En primer lugar, establezcamos una separación: las habilidades perdidas son un poco distintas a las nunca poseídas. En mi caso, digo muchas veces que cuando repartieron el sentido de la orientación yo no estaba allí. Así que por ejemplo, una extensión de mi persona tipo GPS me vendría de perlas y de hecho me hubiera salvado de no pocos disgustos. (Lo sugerí como regalable en aquel mi cumpleaños de cifra redonda, pero al parecer es un objeto con poco glamour). Una segunda línea divisoria la marcan las habilidades perdidas-pero-recuperables (el juego pedal-embrague, espero que sea como lo de montar en bici) y las habilidades perdidas-inexorablemente-para-siempre (el caso de la visión de cerca, con su consiguiente uso de diversas otras prótesis). Además tenemos las no-habilidades nunca perdidas (la habilidad de no pasar calor en verano, la habilidad de no intoxicarse con el agua del grifo, que todo llegará), muy cerca de las habilidades no-necesarias pero facilitadoras de la calidad de vida (donde entra la habilidad de picar cebolla o pepinos o carne de pollo con éxito, y también la habilidad de calentar la comida de la nevera en un minuto). Por último y no menos sustancial, podemos citar la habilidad en general de entretenerse y ocupar el ocio de manera satisfactoria, que implica desde machacarse en la cinta de un gimnasio por diversión hasta trascender de placer escuchando en un iPod lo mejor de Ralph Haagens.
Digamos que, puestos a recuperar habilidades perdidas, las habilidades nunca poseídas son curiosamente las más fácilmente recuperables. Basta con hacerse con el gadget en cuestión que nos las "devuelve", et voilà!: ya estamos orientados los patosos, organizados los caóticos e hipercomunicados los más tímidos. No nos habíamos dado cuenta de lo mucho que nos estábamos perdiendo sin una ADSL. Aquellos sin demasiado don de palabra hoy lo tiene más fácil gracias a los satélites e internet. Y una vez se nos dota de esa habilidad, habilidad de la que no teníamos pista alguna y sin la que vivíamos más o menos adaptados, no queremos dejar de poseerla: adónde si no iría a parar el mercado de las PDA, los GPS, los móviles e incluso los blogs. Paradójicamente, son estas habilidades que nunca poseímos precisamente las que nos vuelven más agónicamente dependientes: adictos a las baterías, a las actualizaciones y ansiosos de toda nueva versión del cacharro-extensión de nosotros mismos. Se provoca así un hipermovimiento en el mercado, que en efecto genera más necesidades-habilidades vacuas y superfluas, para caer finalmente en la habilidad-necesidad de estar permanentemente renovado, modernizado y supervitamino-mineralizado.
Ya veis. Cuestión de vectores de movimiento. Menos mal que alguien inventó la Wii.
Qué será de la pobre Anna Gurbanova
cuando pierda esta habilidad...
Etiquetas: Eso que ocurre
Recuerdo que antiguamente,
me cogías de repente
y me besabas con ardor
un minuto o dos.
Y por mí pasaba una corriente
de más de 220.
Has perdido facultades.
De andar en bicicleta
y de nadar
no te has olvidado,
pero sí de besar.
Si lo haces bien miraré y cantaré