20 de junio de 2007
Listas
Mi apellido es Abascal y por tanto, estaba acostumbrada a ser la primera de la clase, al menos en la lista de alumnos. En realidad, en esa y todas las listas. En las listas de colaboradores en un artículo técnico. En las listas de reparto para un regalo. En las listas de socios de un club. Así era yo: la primera en ser nombrada siempre. Pero tuve mala suerte. Me enamoré de un hombre que se apellidaba Zurita, acostumbrado a la contraria situación. De estas circunstancias solo fuimos conscientes, yo horrorizada, mi marido divertido, cuando nuestro hijo Marcos empezó a ir al colegio. Yo comprobé con desagrado que en más de treinta años no ha cambiado para nada la racista distribución de niños por números, según apellidos, que se lleva a cabo en cada colegio, sea público, privado o incluso del Opus. Y mi hijo Marcos, para regocijo de su padre, que pasó un par de tardes enumerándole las ventajas, fue colocado el último de la lista. El último de su clase. El último, además, de todas las clases de primero de primaria. Y así continuaría durante toda su vida escolar, profesional y de ocio. Semejante drama.

Marcos acusó el ser nombrado el último. Es algo que un hijo único lleva bastante mal, no ser atendido inmediatamente. Para él comenzó a suponer una tortura el esperar veinticuatro nombres hasta oir el suyo cada mañana y cada mediodía. Su rechinar de dientes nocturno comenzó a preocuparnos y, aunque yo sospechaba la causa, su padre prefirió consultar a un terapeuta infantil. En aquella sala de espera decorada con cuadros de mares en calma y flores naïf no atendían según listas de apellidos, de modo que cuando Marcos entraba en consulta, casi siempre muy prontito, que para eso era medicina privada, estaba contento e incluso locuaz y el terapeuta de canas incipientes se hacía miles de interrogantes, y otros tantos le hacía a mi marido.
Por fin Marcos fue dado de alta, pero el rechinar de dientes continuaba, de modo que su padre optó por cambiar de especialidad médica y resolverlo físicamente: Marcos salió de la consulta del dentista con una férula de descarga maxilar nocturna, para que no se destrozara la dentina tan joven. No volvimos a oirle rechinar y su padre dio por concluido el problema. Yo sabía que rechinaba de otra manera, pero no le discutí.

Un día, ya Marcos adolescente, ruego a mis lectores continúen este relato por ellos mismos, porque a mí, que he puesto todas las ideas potenciales que tenía a macerar y secar al sol, se me han pochado y no soy capaz de sacarlas adelante. Así que ahí tenéis al pobre Marcos: dadle una oportunidad, vamos, creo que se la merece. Admito cualquier resolución lo suficientemente imaginativa. Acepto ilustraciones y fotos también . Soy un chollo, ¿que no?

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Lo pensó A. a las 10:31 | Enlace a la entrada |


4 Comentarios:


  • At 8:13 p. m., Anonymous Anónimo

    Se enamoró de una niña que se llamaba Wafa Zuang, resultado obvio de la fusión favorecida por la inmigración, la globalización y el mestizaje.....

    Ahora te toca a ti:

     
  • At 9:44 a. m., Blogger A.

    Zurita Zuang... Querido Anónimo, así no vamos a ningún lado! Está bien: se casaron y tuvieron un niño al que llamaron Zacarías. Tu turno.

     
  • At 10:40 p. m., Anonymous Anónimo

    Vamo a vé, vamo a vé, vamo a llevanno bien. No sus precipitéis. Si dices "un día, ya Marcos adolescente,...", no me lo vas a casar de buenas a primeras con la primera periquita que se le ponga por delante (llámese Zuang o Abulema), en especial si el muyayo resulta ser uno de esos españolitos que se casan con cuarenta y ya cuando le aprietan por todas partes (los padres para que se pire de casa, la novia para formar una familia, los del banco para que disuelva la cuenta ahorro vivienda y asín).
    Lo que le pasa a Marcos al alcanzar la adolescencia es que se da cuenta de que ser el último es la raja (perdón el chilenismo). Se sienta al final de la clase y puede tirarle de las coletas azabache a la nena Wafa que tanto le mola. Luego se lleva a la zagala al cine (uno de barrio) y se sienta muy atrás, allí donde la película ya no se oye, sino los suspiros del personal (no me miréis así, me han dicho que vuelve a estar de moda). Marcos va ganando consciencia sobre el papel que juegan los del final (es decir, los de abajo, léase al Sr. Azuela) en la sociedad: revolver las conciencias adormiladas. Así, por ejemplo, acude a misa y realiza conjuros satánicos desde uno de los bancos finales. Se presenta en conferencias (sobre literatura, cine o sociología, esto no importa) y espera paciente en su asiento postrero a que llegue el coloquio para hacer preguntas capciosas (y acústicamente difíciles de entender) al ponente. Marcos, en fin, está deseando alcanzar la mayoría de edad para poder ir a votar el último en las próximas elecciones, sabiendo que su voto... será el decisivo.
    Mas inopinadamente se cruza en su camino un seglar del Opus Dei metido a concejal y le espeta, en fin, proverbial que los últimos serán los primeros. Marcos dedica entonces un pensamiento vago a la linda Wafa y cae entonces en una...

    Sigan ustedes.

     
  • At 12:37 p. m., Blogger A.

    Promete, promete mucho esta línea... ¿Qué pasa entonces con su pobre madre? La tendrá que reconvertir a la religión de los no-primeros... ¡qué disgusto y eso!
    Lo que más me atrae del enfoque de Exiliado es aquello de sentarse muy muy atrás del todo en las aula y hace r últimas preguntas que encima no se entienden... uyuyuy, ¿de qué me suena esa inclinación? ;-)