8 de mayo de 2008
Sociedad de personajes limitados I
Inauguro sección, categoría o más bien taxón en este blog. Son esbozos de personajes, de posibles capítulos en posibles relatos, que nunca llegaron a más. Son abortos de protagonistas, son proyectos de héroes y pululan por mi ordenador pidiendo vivir aunque mueran al hacerlo. Unos son más antiguos en proyectos, estilo y trama, otros son más contemporáneos, pero los quiero a todos y los iré asomando por estas páginas.
Aquí están...

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Nuestro personaje se llama Justino y es, ciertamente, limitado. Ni alto ni bajo, ni delgado ni gordo, pero comienza a perder el pelo.
No tiene un pasado memorable, si exceptuamos que de niño ganara un premio por recitar de pe a pa y sin trabarse el famoso romance anónimo "Abenamar y el rey Don Juan", ese que comienza "Abenamar, Abenamar / moro de la morería / el día que tú naciste / grandes señales habia", etc, etc, asi hasta 46 estrofas; eso sí, aprendidas a base de pescozones continuos propinados por su padre durante digamos, tres años antes. De ello le quedó la rara habilidad para hablar exacta y precisamente, pero siempre con gran monotonía y escasa vocalización; Justino nunca pronunciaría palabra sin antes ensayar pulcramente lo que iba a decir. Además, tales métodos de enseñanza paternos le produjeron un tic del que ya no se libraría nunca: un leve movimiento reflejo de encoger los hombros y entrecerrar los ojos cuando alguien se acercaba a él demasiado, especialmente si ponía una cara seria.

Sexto en una familia de nueve, fue sistemáticamente ignorado por su madre hasta el día en que decidió comunicarle precisamente a ella su intención de comenzar los estudios de Filosofía y Letras, carrera que Justino entendiese se adaptaba a su personalidad reflexiva y paciente. Obtuvo de su madre un atónico "Por Dios, hijo, qué barbaridad", que ella pronunció arqueando las cejas, pero sin levantar la vista de la colcha que remendaba. Justino lo entendió como una aprobación categórica, y sin más, se buscó un sitio muy delante en el aula y abrió mucho los ojos y los oídos.
Duró una semana.

Justino resolvió ganarse la vida. Probó, por probar, de pinche de cocina. Le gustaba, pero siempre que no se cocinara pescado: su olor en crudo le producía verdaderas arcadas, que Justino mal que bien disimulaba tosiendo, lo cual producía efectos guturales que llamaban aún más la atención.
Duró cinco años. Hasta que denunciaron al dueño por delitos contra la salud pública y éste tuvo que cerrar.

Más tarde encontró un anuncio que buscaba un representante vendedor de comida para mascotas. Ya lleva seis meses viajando por provincias cargado con un bolsón, con sus discursos bien aprendidos en el curso introductorio y su lista de clientes potenciales, que le cuesta una investigacion previa pero casi siempre satisfactoria. En ocasiones se encuentra con que la mascota ya ha muerto, lo cual no le impide relatar las maravillosas características de su producto, pues es un hombre resoluto y de ideas asentadas, que no se deja amilanar ante el primer inconveniente que se le presenta. En otras ha estado a punto de perder mercancía, discurso, buen ánimo laboral e incluso dientes, pero de momento, nada de eso le ha llevado a apartarse de esta profesión, a la que califica de "suerte providencial", entendiendo que la providencia ha hecho de su destino razón de vida.

(Justino Balenque, 2003)

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