Otra vez he soñado con mi otro yo. Tengo un otro yo que vive en mis sueños, como suelen hacer todos los otros yo educados, y que se atreve poco a asomarse a las vigilias; solo lo hace en raros momentos de euforia o en todo caso invocado por alguna sustancia química. Mi otro yo (¿debería decir mejor mi otra ella?) ha luchado esta noche nada menos que con la gerente de mi empresa, que le ha preguntado por sus ocupaciones varias -por todas- y además, ha prometido regalarle un banco de carpintería apenas usado que guardaba en el trastero. Ni idea, oye, pero tal cual se lo ofrecía a mi otro yo. Yo -es decir, el otro yo (¿o debería decir mejor la otra yo?)- lo he aceptado con poca perplejidad y a continuación he serrado los barrotes de su cama, debajo de la cual la gerente de mi empresa escondía unas acuarelas patéticamente kitsch obra de su marido, un señor importante si bien bastante anciano que le roncaba al lado. No es que se enfadara, la gerente digo, el problema era que ya no podía esconder bajo la cama las acuarelas ni yo por otro lado podía alabarlas más, ya que la magnitud de los ronquidos de su viejo, muy viejo, cada vez más viejo marido nos impedía seguir con la civilizada conversación.
Cualquiera podrá fácilmente deducir que la gerente me ha puesto de patitas en la calle pero eso sí, con profusión de buenas palabras y promesas de futuro en el mundo exterior. No importa. Lo que me preocupa es cómo reacciona mi otro yo: coge y se va con Amado Alonso. Sí, ahora lo recuerdo perfectamente: era Amado Alonso el anciano marido de la gerente.
Cualquiera podrá fácilmente deducir que la gerente me ha puesto de patitas en la calle pero eso sí, con profusión de buenas palabras y promesas de futuro en el mundo exterior. No importa. Lo que me preocupa es cómo reacciona mi otro yo: coge y se va con Amado Alonso. Sí, ahora lo recuerdo perfectamente: era Amado Alonso el anciano marido de la gerente.
Etiquetas: En-sueños, Eso que ocurre, Habrá que opinar