28 de mayo de 2007
Uf
Otra vez he soñado con mi otro yo. Tengo un otro yo que vive en mis sueños, como suelen hacer todos los otros yo educados, y que se atreve poco a asomarse a las vigilias; solo lo hace en raros momentos de euforia o en todo caso invocado por alguna sustancia química. Mi otro yo (¿debería decir mejor mi otra ella?) ha luchado esta noche nada menos que con la gerente de mi empresa, que le ha preguntado por sus ocupaciones varias -por todas- y además, ha prometido regalarle un banco de carpintería apenas usado que guardaba en el trastero. Ni idea, oye, pero tal cual se lo ofrecía a mi otro yo. Yo -es decir, el otro yo (¿o debería decir mejor la otra yo?)- lo he aceptado con poca perplejidad y a continuación he serrado los barrotes de su cama, debajo de la cual la gerente de mi empresa escondía unas acuarelas patéticamente kitsch obra de su marido, un señor importante si bien bastante anciano que le roncaba al lado. No es que se enfadara, la gerente digo, el problema era que ya no podía esconder bajo la cama las acuarelas ni yo por otro lado podía alabarlas más, ya que la magnitud de los ronquidos de su viejo, muy viejo, cada vez más viejo marido nos impedía seguir con la civilizada conversación.

Cualquiera podrá fácilmente deducir que la gerente me ha puesto de patitas en la calle pero eso sí, con profusión de buenas palabras y promesas de futuro en el mundo exterior. No importa. Lo que me preocupa es cómo reacciona mi otro yo: coge y se va con Amado Alonso. Sí, ahora lo recuerdo perfectamente: era Amado Alonso el anciano marido de la gerente.

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Lo pensó A. a las 22:20 | Enlace a la entrada | 10 Comentarios
12 de mayo de 2007
Hersbruck, Jena, Berlín, de atrás adelante (y 3)
1ª Estación
Recuerdo cómo se reían Antje y Siggi cuando me vieron llegar al aeropuerto de Múnich con gabardina y botas, y les confesé que además tenía guardado un miniparaguas de esos plegables en la maleta. El 28 de abril, mientras en Madrid llevaba una semana diluviando, en medio de Europa reventaba una primavera descarada, digna de los peores presagios de Al Gore. Iberia nos retrasó una hora y media y gracias a amigas como ella, y al cambio climático que a pesar de todo pone a la gente de buen humor -porque hay que tener buen humor para ir a recoger a alguien de madrugada a 150 km- , no tuve que tirarme a pasar la noche en un banco del aeropuerto, todas la conexiones con Núremberg y Hersbruck perdidas a esas horas ya.
Ahora que se me está pasando la resaca del viaje y escribo en último
lugar lo que disfruté en primero, me doy cuenta de que las cosas se van poniendo en su sitio. Por allí vuelve a hacer malo, nublado y lluvia, como corresponde, por aquí el sol empieza a picar, como corresponde, y yo vuelvo a mi rutina menos excitante y más prosaica, como sin duda corresponde.

¿Qué fue excitante de este viaje? En primer lugar, comprobar con agrado el cariño que se mantiene a pesar de la distancia, de unos y otros amigos mantenidos o recuperados, de otros recién conocidos, del país en conjunto que proporciona esa seguridad y entusiasmo de sentirse de fiesta en tu casa adoptiva. Por otro lado, el hecho incontrovertible de poder disfrutar sin trabas de una fiesta así: para fiestas, Antje es la reina absoluta y siempre me sorprenderá su capacidad de agradar al prójimo hasta en los más pequeños detalles.

Solo alguien como ella es capaz de alquilar esta casa, rellenarla de ilusión y miles de provisiones, organizar hasta el último pormenor dos días completos de celebración y armonizar invitados en diversas lenguas. Creo que todo el tiempo y esfuerzo que le llevó preparar algo así -intendencia de lujo, varias propuestas de excursión, traslados y organización nocturna- le compensó ampliamente:
si a mí se me reúnen más de treinta amigos que acuden de diversas partes del mundo para celebrar mi cumpleaños y encima la mayoría se quedan riéndose y bailando hasta las tres de la mañana, en fin, doy por buena la paliza, el extra de pan que he comprado y las horas de sueño perdidas, pero igual pierdo un poco la sonrisa por la mañana. Antje no, nunca.

La mañana posterior (¡noooo! de la fiesta no tengo fotos buenas...) hubo quien se ocultó tras las gafas por la resaca, hubo quien empleó su tiempo de manera práctica y unos cuantos más continuamos con la sana costumbre primaveral de los Wanderung y posterior descanso en, señores, observen qué pradera. (La foto de Pedro y su batín no la pongo, ¡lo prometo!)




Creo que esta experiencia habría que repetirla todos los años (la próxima vez llegaré una semana antes para los preparativos, Antje, ¿estás dispuesta?)

Os dejo también una foto del bonito Hersbruck para todos los que no lo conocéis.




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Lo pensó A. a las 23:39 | Enlace a la entrada | 1 Comentarios
10 de mayo de 2007
Hersbruck, Jena, Berlín, de atrás adelante (2)
2ª Estación
Paseando por Jena con un exiliado amigo muy querido, de esos que te soportan y encima te llevan a los sitios que te gustan, encontré -en una ciudad de 100.000 habitantes perteneciente a la antigua DDR- una confitería cuya vitrina exponía el chocolate Valor en polvo sin azúcar, aquel apto para diabéticos, el mismo que uso para espolvorear el tiramisú -que también aprendí a hacer allí-, el mismo que me cuesta tanto encontrar aquí, el mismo al que recurro cuando estoy a dieta y no encuentro en mi nevera censurada nada dulce ni pringoso: ese. Me hizo ilusión, aunque no sé, yo iba buscando chocolates típicos de Turingia... que había, pero se parecían demasiado a los de Mallorca, casi que no iba a colar si se los traía a mis colegas como recuerdo. Efectos de la globalización, supongo.

Las viviendas en Jena tienen unos radiadores casi de suelo a techo y disponen de agua caliente centralizada -centralizada como el gas, por tuberías desde la central hasta cada domicilio, quiero decir-. A mí, este tipo de cosas me impresionan casi tanto como el
jugendstil restaurado de las fachadas, qué le voy a hacer (soy una fanática de lo distinto). Son logros -o excesos- del bloque social mantenido durante décadas, que perduran entre edificios en plena restauración y el acoso de los
vehículos japoneses ante el nostálgicamente añorado
Trabbi, ya solo pieza de exposición y pasto de fotos de turistazas como yo.

No he tenido que arrepentirme de haber estado por esta zona del mundo y no haber visitado
Weimar también -gracias, Kiko y Kerstin-. Hubiera sido un pecado, pues según la Wikipedia,

"Weimar es uno de los lugares con mayor riqueza cultural de Europa, ya que fue hogar de grandes personajes como el pintor Lucas Cranach el Viejo, el reformador Martín Lutero, el compositor Johann Sebastian Bach, los escritores Johann Wolfgang von Goethe, Friedrich Schiller y Christoph Martin Wieland, los filósofos Johann Gottfried von Herder, Friedrich Wilhelm Nietzsche y Arthur Schopenhauer, el músico Franz Liszt y los fundadores de la escuela de diseño, arte y arquitectura Bauhaus. Ha sido un lugar de peregrinación para la intelectualidad alemana, desde que Goethe se trasladó por primera vez a la ciudad a finales del siglo XVIII. En la ciudad se pueden encontrar las tumbas de Goethe, Schiller, y Nietzsche, así como el Archivo de Goethe y Schiller, el Archivo Estatal de Turingia, el Archivo Musical de Turingia y la Biblioteca de la princesa Anna Amalia."

(Dios mío, Kiko. Y me dejas perder el tiempo haciendo fotos a ese Trabant). Bueno, para que conste: ahí estoy delante de la mismísima casa de Goethe. La amistad entre él y Schiller, así como la adoración por los Ginkos -el primero al parecer plantado por Goethe en Jena- planea por Weimar tanto como el olor a salchichas turinguesas. Por cierto, era primero de mayo en cada puesto, y sospecho que antes por este estado ahora federado se notaba más.

¿Puede ser elegante una tapa de alcantarilla? En Weimar, sí. No sé si es porque soy bajita, o porque siempre procuro mirar donde piso, el caso es que así me voy encontrando estos trabajos de fundición, tan cuidados que no merecen una palabra tan fea: alcantarilla. Urg.

Además de alcantarillas primorosas, Weimar tiene tiendas hechizantes, cafés centenarios e inesperados jardines kilométricos, muy dignos de paliza agotadora. Una sabe que está llegando a una edad delicada cuando después de una caminata lo que le apetece tomarse no es un café, sino un relajante muscular para las lumbares.

De vuelta a Jena, y a pesar de mis lumbares, tuve el lujo de conocer más en profundidad esta ciudad curiosa mezcla de ambiente universitario y tecnológico: tener de guía a un auténtico ossi de adopción, doctor por la mismísima universidad Friedrich-Schiller, quieran que no, es un grado. ¿Sabíais que en Jena se construyeron los primeros rascacielos de Alemania? ¿Que en su universidad impartieron clases Goethe, Schiller, Hegel, Frege, Marx, Schopenhauer? ¿Que Goethe hizo sus pinitos aquí como experto -además- en anatomía humana? ¿Que en cualquier esquina se monta una tertulia filosófica (hola, Mon)?
¿Que estoy deseando volver?




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Lo pensó A. a las 23:28 | Enlace a la entrada | 2 Comentarios
7 de mayo de 2007
Hersbruck, Jena, Berlín, de atrás adelante (1)
3ª Estación
Volviendo de Berlín en avión, tras pasar una más que interesante estancia en Alemania, fui testigo de cómo la azafata cobraba 85,90 € por cátering a bordo a mi pasajero vecino, una fila más delante. "Son ustedes muchos, repáselo si quiere y me llama", decía la azafata, visiblemente abrumada, al entregarle el ticket a mi vecino. Sonó vergonzante a pesar de las turbulencias, el hilo musical y los balbuceos del bebé correspondiente.
El pasajero era ese tío rico, soltero añoso, tullido para más señas, que costeaba a sus múltiples sobrinos, hermanos, cuñados y protegidos todos, caprichos diversos en ruta: sándwiches de Ferrán Adrià embolsados por Iberia de a 8€, chocolatinas americanas de tamaño europeo y tarifa transoceánica, cocacolas de menos cl. de los que caben en lata estándar al doble de precio que la botella de dos litros. Haciendo mentalmente cuentas mientras visualizaba a todos los sobrinos (de nombres como Paulina y Natalio, nombres que uno solo pone a sus hijos si tienen su futuro garantizado por otro lado), el tío rico llevaba dinero encima, en metálico; así que pagó, si bien con la sonrisa un tanto torcida. Yo sin embargo me dejé todo él en regalos, y eso que no tenía la excusa de tener que gastar la moneda extranjera. De modo que los cuatro eurillos que me sobraban antes de subir al avión me los fundí en un brezel de esos con pipas por fuera, y mucha mantequilla, queso y huevo por dentro, y lechuga saliendo por todos lados. Lo desenvolví a bordo y me dieron ganas de enseñárselo a mi vecino pasajero, por rico, por pringado y por volar en Iberia clase turista llevando 100 € en el bolsillo como calderilla, pero me contuve.

Berlín en solitario es una experiencia coja. Tanta grandeza -en el sentido estricto aplicable a cada edificación pública o privada- e Historia saltando en cada esquina, del tipo básico no te olvides de la historia, es inabordable para un solo cerebro paseante. Necesitaba comentarlo con alguien. De tal modo que opté, por eso y porque traía una paliza considerable de las anteriores estaciones del viaje, por requerir los servicios de un bicitaxista más bien parco en palabras, que me cobró un precio de artesanía occidental por trasladarme a Checkpoint Charlie, girando por plazas máximamente grandiosas y vuelta a la Puerta de Brandenburgo. Creo que me está bien empleado por paleta.

La tengo, por supuesto, la foto del bicitaxista. Una cuando ejerce de turista lo hace hasta las últimas consecuencias. Pero os la ahorro.


Es curioso, solo he estado dos veces en Berlín y en ambas me lo he pateado sola. Y tengo que decir con orgullo que tampoco me he perdido, a pesar de que debía de tener cara de eso, de no saber muy bien por dónde me andaba, cuando llegando al andén del metro, un detector de personas perdidas (con gorra del S-Bahn Berlin GmbH) me alcanzó un plano de transportes que, a propósito, se parece mucho al nuevo de Madrid. He de decir que soy persona previsora y ya tenía uno, pero este era mucho más grande, lo cual es siempre de agradecer.

Berlín, ciudad amable, trata bien a todos los turistas, sean de la nacionalidad, raza o incluso especie que sea: veáse a estos patos paseando entre los coches por la Plaza del 18 de Marzo; nadie osa indicarles el lago más cercano.



Yo sí intenté convencer a los patos de que se echaran a volar, por eso de sacar una foto original de la Puerta de Brandenburgo. Pero me miraron raro -los otros turistas, no los patos- y desistí. En su lugar, tengo esta otra, que, bueno, siempre es mejor que traerse una postal.


Voy a dejar por fin también constancia en un par de fotos de que

a) Madrid, no, no es la única ciudad en obras

y b) En Berlín tampoco hay playa.




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Lo pensó A. a las 18:06 | Enlace a la entrada | 2 Comentarios