19 de septiembre de 2005
Lo más obvio
Sí, pasa el tiempo. El tiempo pasa, cómo pasa el tiempo. Hay por lo menos tres decenas de formas de decir la misma obviedad y como un buen piquillo, siempre se repiten. El poner, que es hoy, decirlo, absurdo. Casi un año ha pasado desde que decidí inaugurar. Uf.

Pero es que el tiempo es muy cabrón. Uno es niño y lo desprecia, lo malusa, lo confunde y a ser posible lo ignora, por lo tanto él se eterniza. Al volverse uno joven, se le empieza a tomar la medida, se le sabe dominador, pero igualmente se tiende a no respetarlo, salvo en ocasiones de apurada excitación. Así el tiempo se aficiona a esconderse para sorprendernos, marcando su presencia, imponiendo silencio y orden en vidas aún relajadas. Ya de adulto lo miramos a la cara y lo tratamos de tú a tú, reconocemos su implacable vara de subrayar y nos conviene tenerlo de aliado: lo que hace que el tiempo se crezca y engolosine en su estatus de importante, y se tiranice progresivamente, acelerando su cadencia sin reflexión. Pero se llega a la tercera edad y uno se prefiere niño, por lo que cerrando el ciclo vuelve a sus desprecios al reloj, a sus faltas de respeto a la diferencia solar noche y día, y más que nada, a la sensación de riqueza en minutos, en horas, en días. El tiempo pues, insultado, opta por la inactividad, ralentiza su curso y, como una patada de rabia final, desaparece.

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Lo pensó A. a las 23:10 | Enlace a la entrada | 0 Comentarios