14 de junio de 2006
Lo que esconden los karaokes

Siempre había pensado que era una estampa muy triste ver a alguien que cantaba demasiado bien en un karaoke. Pero tío, qué haces ahí. Que cantas de vicio. No te puedes dedicar a ello, o la edad no te permite ser un triunfito y te luces en los karaokes. Lamentable. A los karaokes hay que ir a cantar mal, a dar la paliza, a hacer el ridi y a desafinar. Otra cosa no está prevista.
Pero eso, en un karaoke donde se cuentan los asistentes con los dedos de una mano, cambia la situación completamente. Eso y que sea martes por la noche. Ahora sé que lo peor en un karaoke con estas coordenadas es cantar mal. Creer que puedes cantar bien y comprobar que cantas fatal. Peor que mal. Que se te trague la tierra ipso facto. Y todo, porque la gente que va a los karaokes los martes por la noche va de verdad en serio. Es PROFESIONAL del karaoke. No va a divertirse. Va a cantar.
Te pueden dar pena, porque están solos. Pero SABEN CANTAR. Y qué coño, estáis en un karaoke, donde se canta. Ellos cantan de puta madre y es martes por la noche y tú haces el ridículo y no es APROPIADO.

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12 de junio de 2006
De ser algo, sería...
Los relatores (que no delatores) venimos a ser, como dice el DRAE, gente que pretende ganarse la vida refiriendo cosas que pasan. Cosas que no tienen por qué pasar en los límites estrictos de la realidad. Nos encanta relatar el "que hubiera pasado si" y el "por qué no", así como el "de repente un día". Lo malo es que los relatores solemos ser personas caprichosas, movedizas: un día nos tomamos nuestro oficio con seriedad y buen hacer, de modo que los relatos fluyen por sí solos, pero otro día imprevisto metemos la cabeza bajo el ala de los acontecimientos testarudos y nos disponemos a pasar el tiempo de otra forma cualquiera, probablemente mucho más útil e incluso a veces remunerada, pero sin duda más aburrida y vulgar. Entonces, los relatos a medio terminar, unos sin cabeza, otros sin patas, otros casi sin cuerpo, se sublevan y tienden a huir de las plumas, de los teclados... Se vuelven rebeldes porque no se les dedica el tiempo que merecen y cuesta mucho convencerlos de que vuelvan a las manos del relator. Se dan casos de relatos perdidos para siempre, con apenas un par de brazos y medio tronco, que así mutilados vagan por el inconsciente imaginario, y que en cuanto pueden se cuelgan de la boca de cualquier publicista avispado, y a veces llegan a triunfar, sacando la lengua a su padre /madre primitivos. Los relatores somos un grupillo predominantemente fantástico, cuyo principal aliado, la desbordada imaginación, se convierte a menudo en nuestro más avieso enemigo, que nos tiene advertidos ya con décadas de antelación que nunca nos agarremos de su mano, pero nosotros, drogatas del "tal vez...", no resistimos un día sin nuestra dosis de mundo paralelo. Aunque no siempre podamos o queramos convertirlo en relato.

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Lo pensó A. a las 11:58 | Enlace a la entrada | 0 Comentarios