12 de junio de 2006
De ser algo, sería...
Los relatores (que no delatores) venimos a ser, como dice el DRAE, gente que pretende ganarse la vida refiriendo cosas que pasan. Cosas que no tienen por qué pasar en los límites estrictos de la realidad. Nos encanta relatar el "que hubiera pasado si" y el "por qué no", así como el "de repente un día". Lo malo es que los relatores solemos ser personas caprichosas, movedizas: un día nos tomamos nuestro oficio con seriedad y buen hacer, de modo que los relatos fluyen por sí solos, pero otro día imprevisto metemos la cabeza bajo el ala de los acontecimientos testarudos y nos disponemos a pasar el tiempo de otra forma cualquiera, probablemente mucho más útil e incluso a veces remunerada, pero sin duda más aburrida y vulgar. Entonces, los relatos a medio terminar, unos sin cabeza, otros sin patas, otros casi sin cuerpo, se sublevan y tienden a huir de las plumas, de los teclados... Se vuelven rebeldes porque no se les dedica el tiempo que merecen y cuesta mucho convencerlos de que vuelvan a las manos del relator. Se dan casos de relatos perdidos para siempre, con apenas un par de brazos y medio tronco, que así mutilados vagan por el inconsciente imaginario, y que en cuanto pueden se cuelgan de la boca de cualquier publicista avispado, y a veces llegan a triunfar, sacando la lengua a su padre /madre primitivos. Los relatores somos un grupillo predominantemente fantástico, cuyo principal aliado, la desbordada imaginación, se convierte a menudo en nuestro más avieso enemigo, que nos tiene advertidos ya con décadas de antelación que nunca nos agarremos de su mano, pero nosotros, drogatas del "tal vez...", no resistimos un día sin nuestra dosis de mundo paralelo. Aunque no siempre podamos o queramos convertirlo en relato.

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