5 de julio de 2015
Aterrizaje, paro, resentimiento. 2009.
Dejo aquí sentimientos-escritos que tienen varios años ya. Igual muchos. A mí me sirvieron para ser lo que soy. Los dejo aquí tal cual.
Al final, una reflexión y un alivio.

VIERNES, 9 DE ENERO DE 2009


Cola del INEM


Jueves, 8 de enero del 2009. Ocho y media de la mañana. Menos de cinco grados en la calle.
La cola ya está formada por unas cincuenta personas a mi llegada. Me coloco tras un par de caribeños ateridos, me apoyo en la jardinera y saco un libro, dispuesta a estrenar paciencia. Cuesta concentrarse tan pronto, de pie y con la extraña sensación de no estar en el lugar acostumbrado. Pero lo consigo. El problema viene para pasar las páginas con guantes y casi estoy por pedirle al caribeño menos tiritante que me ayude con ello, pero en vez de eso me los quito y paso página. Nunca hasta ahora había lamentado ser capaz de leer tan rápido. 
La cola es variopinta, sin claro predominio ni de sexo ni de edad, a partes iguales nacionales e inmigrantes. Ni unos ni otros parecen especialmente abatidos, lo cual contrasta claramente con la tesitura. Hay derecho a estar abatido. Hay derecho, desde luego en mi caso, a estar más que abatido, más de doce años en la misma empresa. Me pregunto qué historia tendrá que aportar cada demandante de empleo. A partir de que uno entra en la cola del INEM, deja de ser un parado y se convierte en un demandante de empleo. Demandamos empleo como quien sabe que necesita pasta de dientes o necesita tomates y coge un número y espera su turno. Deberían llamarlo así también en los medios: Se ha publicado la estadística de demanda de empleo en el último trimestre. Es mucho más fino, en vez de la estadística de parados. Los que demandamos empleo molestamos menos que los parados sin lugar a dudas.
Siguen incorporándose personas a la cola. Como es habitual, como Dios manda seguro, aparece un listo que se hace el tonto, que no se puede creer básicamente que la cola a veinte minutos de abrir la puerta sea ya tan larga, y se acerca a la puerta "a informarse". Por suerte o desgracia todos somos él y todos somos aquel otro que le para los pies y le devuelve a su turno cien personas atrás. Nos congratulamos, son esas pequeñas satisfacciones humanas que proporcionan las colas, incluso si uno no nota los dedos de los pies debido al frío.

Cuando abren por fin las puertas no hay ninguna expresión de alivio o de alegría. Es la primera vez que observo una reacción tal en una cola. Como si abrir las puertas diera paso a lo inevitable, a la constatación de un hecho que golpea la mente con contundencia de puñetazo: eres un parado y estás a punto de solicitar lastimosamente (porque no se puede reclamar ningún derecho así con la cabeza alta) que te sea concedida una ayuda económica para mantenerte.

LUNES, 12 DE ENERO DE 2009


A mí, estar parada

me da vergüenza.

Sé que no debería torturarme con ello, pero es así. Me muero de vergüenza.

JUEVES, 29 DE ENERO DE 2009


Justicia

La rabia me había hecho plantearme una demanda judicial contra la empresa que me había tenido más de doce años encadenando contratos de obra, con el pertinente período preciso en el paro, circunstancia que podría impedir en último término que se considerara un encadenamiento de contratos fraudulento. Había consultado a abogados de sindicatos, que eran escépticos al respecto. Sin embargo, no me había rendido.
Consulté a un bufete de abogados laboralistas de prestigio, que me dieron esperanzas, considerando mi absurdo caso, trece años y sin contratación en plantilla, más que defendible ante el juez. Bien, me dije, adelante. Es moralmente un deber para mí: luchar hasta el final. Se me presupuestó una cantidad posiblemente abusiva, pero en principio no me importó. Si ellos están seguros, si tienen capacidades y sobre todo, como era el caso, conocen al enemigo, todo esto no podía salir demasiado mal. Hablamos un par de veces, nos intercambiamos correos varios. Cada vez estaba más decidida y más segura. Casi ya lanzada, las últimas gestiones por mi parte fueron naturalmente, además de intentar ajustar el presupuesto, presentar al bufete un dossier de casi 100 páginas de pruebas, correos, informes, todo. Todo lo que señalaba vergonzantemente que yo era personal estable y no temporal, que lo había sido siempre, que merecía una considerable indemnización.

No es mi estilo la pelea. Siempre he preferido los argumentos hablados, la convicción, conciliar antes que enfrentar, calmar el ánimo antes que dar licencia al descontrol. En multitud de ocasiones he procurado evitar enfrentamientos que, ahora me doy cuenta, tal vez hubiera sido mejor provocar. También me ha dado siempre mucha vergüenza pedir favores y no menos reclamar derechos. Siempre. Esperaba que las cosas cayeran por su propio peso, que la verdad o la evidencia se impusiera por sí misma. Por eso si cabe me costaba más que cualquier otra cosa tomar la decisión de enfrentarme a ellos. Por eso y porque tenía un historial de falta de seguridad activa preocupante. Solo en los dos últimos años me había atrevido, siempre escudada en promesas de estabilidad, a molestar de vez en cuando a la cúpula rectora con mis demandas. Con mis caprichos. Con mi falsa ilusión de pertenecer a ese mundo también. Pero las últimas semanas fueron de guerra sorda, las peores. Fueron días amargos que espero no tener que recordar más que en esta entrada de blog y fueron días en los que yo me perdí a mí misma. Días para la desilusión extrema y la desconfianza personal, muy hirientes.

Y ellos, este bufete, conmigo entregada, sin ser yo misma, pero decidida, apoyada y leal por una vez a mi propia causa, me escribió para cerrar por fin la historia: solo podían pelear el último contrato. Obtendría, pleiteando por supuesto, una humillante antigüedad de dos años. La jurisprudencia al respecto no dejaba más margen. La legislación estaba de parte de los otros, aquellos que asesoran a mi institución-cultural-sin-ánimo-de-lucro y que son los mismos que les permiten con su consejo legal usar y tirar empleados con impunidad absoluta, sea cual sea su cualificación, experiencia, años de colaboración o implicación en los proyectos y recursos generados.

Ahora escribo con la rabia mitigada y la esperanza asesinada con el certero golpe de una ley. Esa que se hizo para evitar la precariedad laboral, esa misma.

LUNES, 9 DE FEBRERO DE 2009


La persona equivocada

Es difícil que  nos demos cuenta cuando nos juntamos con la persona equivocada. Es esa persona que a todas luces -a todas tus luces, en este caso- te aprecia, te protege y da la cara por ti. La persona que te elige y por lo tanto apuesta por esa candidatura que eres tú, con todas sus virtudes, que alaba hasta el punto de hacerte formar parte de su equipo vital. Los principios suelen ser gratos, ilusionantes, tiernos como los gestos que uno no calcula, cargados de optimismo y buenas intenciones. 
Ocurre que el tiempo va desvelando ciertas otras intenciones, algunos otros gestos y casi siempre más bien otra ilusión: aquella que tiene menos que ver con el común y se centra más en el individuo que era el otro. Se comienza a sospechar, sin querer reconocerlo en el fondo, que las virtudes alabadas no lo son tanto. Se va sintiendo una especie de desazón, aún no cargada de desconfianza, porque los indicios van apuntando hacia menos alabanzas y más desprecios, hacia cambios en la dinámica diaria, hacia verdaderos desplantes y salidas de tono. Consentir y obviar a la vez va imponiéndose, al fin y al cabo estamos donde estamos porque hemos sido elegidos, por algo habrá de ser, aunque nos vayamos viendo alternativamente relegados o sobrepasados, según sean las expectativas y/o humor de la persona que nos ha elegido. Nuestra autoestima se va minando a la vez que la actividad va agotándonos o bien comenzamos a carecer de ella, como quien carece de estímulos esenciales, sin preaviso en cualquiera de los dos casos.
Siempre llega un momento lúcido y generalmente desaprovechado -despreciado por uno mismo- en el que somos capaces de comprender que quien creíamos formaba piña con nosotros en realidad solo se engorda o complace con nuestro esfuerzo, haciendo su posición más fuerte y debilitando la nuestra en justo intercambio. No queremos asumir que esas virtudes que poseíamos han sido enterradas en favor de otras de otros. No damos crédito al simple hecho de que no se cuenta lo suficientemente (eufemismo) con nosotros.
Otros entornos y otras facetas, por contra, nos demuestran que dichas virtudes, valores, aptitudes, siguen vivas, son apreciadas, son requeridas. ¿Cómo es que estamos tan ciegos para no coger en ese momento la salida más fácil y dar un portazo a aquella persona equivocada?

Siempre, siempre nos mantiene la esperanza. La esperanza de una promesa. La esperanza de que nuestra extraña situación sea un grave error solucionable. La esperanza absurda de que no podemos equivocarnos tanto tiempo. Deberían inventar pastillas para los enfermos de esperanza.

No, no estaba hablando de una pareja, ni siquiera de una expareja. Estaba hablando de mi exjefe.
...

Han pasado nada menos que seis años. Ahora tengo un trabajo estable, acorde a mi formación y (quiero suponer) valía. La persona a la que se refiere el párrafo anterior hoy está bastante enferma. La institución a la que me refiero está en quiebra técnica. Mi autoestima ha mejorado mucho. Del bufete de abogados no sé más. A todos ellos, les agradezco haberme dado armas para quedarme en pie. Y haberme proporcionado perspectiva y experiencia vital. Para no ser injustos del todo, me queda también agradecerles el tiempo libre que tuve entonces para criar a mis hijos y para escribirme mucho.

 
Lo pensó A. a las 12:22 | Enlace a la entrada |


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