10 de mayo de 2007
Hersbruck, Jena, Berlín, de atrás adelante (2)
2ª Estación
Paseando por Jena con un exiliado amigo muy querido, de esos que te soportan y encima te llevan a los sitios que te gustan, encontré -en una ciudad de 100.000 habitantes perteneciente a la antigua DDR- una confitería cuya vitrina exponía el chocolate Valor en polvo sin azúcar, aquel apto para diabéticos, el mismo que uso para espolvorear el tiramisú -que también aprendí a hacer allí-, el mismo que me cuesta tanto encontrar aquí, el mismo al que recurro cuando estoy a dieta y no encuentro en mi nevera censurada nada dulce ni pringoso: ese. Me hizo ilusión, aunque no sé, yo iba buscando chocolates típicos de Turingia... que había, pero se parecían demasiado a los de Mallorca, casi que no iba a colar si se los traía a mis colegas como recuerdo. Efectos de la globalización, supongo.

Las viviendas en Jena tienen unos radiadores casi de suelo a techo y disponen de agua caliente centralizada -centralizada como el gas, por tuberías desde la central hasta cada domicilio, quiero decir-. A mí, este tipo de cosas me impresionan casi tanto como el
jugendstil restaurado de las fachadas, qué le voy a hacer (soy una fanática de lo distinto). Son logros -o excesos- del bloque social mantenido durante décadas, que perduran entre edificios en plena restauración y el acoso de los
vehículos japoneses ante el nostálgicamente añorado
Trabbi, ya solo pieza de exposición y pasto de fotos de turistazas como yo.

No he tenido que arrepentirme de haber estado por esta zona del mundo y no haber visitado
Weimar también -gracias, Kiko y Kerstin-. Hubiera sido un pecado, pues según la Wikipedia,

"Weimar es uno de los lugares con mayor riqueza cultural de Europa, ya que fue hogar de grandes personajes como el pintor Lucas Cranach el Viejo, el reformador Martín Lutero, el compositor Johann Sebastian Bach, los escritores Johann Wolfgang von Goethe, Friedrich Schiller y Christoph Martin Wieland, los filósofos Johann Gottfried von Herder, Friedrich Wilhelm Nietzsche y Arthur Schopenhauer, el músico Franz Liszt y los fundadores de la escuela de diseño, arte y arquitectura Bauhaus. Ha sido un lugar de peregrinación para la intelectualidad alemana, desde que Goethe se trasladó por primera vez a la ciudad a finales del siglo XVIII. En la ciudad se pueden encontrar las tumbas de Goethe, Schiller, y Nietzsche, así como el Archivo de Goethe y Schiller, el Archivo Estatal de Turingia, el Archivo Musical de Turingia y la Biblioteca de la princesa Anna Amalia."

(Dios mío, Kiko. Y me dejas perder el tiempo haciendo fotos a ese Trabant). Bueno, para que conste: ahí estoy delante de la mismísima casa de Goethe. La amistad entre él y Schiller, así como la adoración por los Ginkos -el primero al parecer plantado por Goethe en Jena- planea por Weimar tanto como el olor a salchichas turinguesas. Por cierto, era primero de mayo en cada puesto, y sospecho que antes por este estado ahora federado se notaba más.

¿Puede ser elegante una tapa de alcantarilla? En Weimar, sí. No sé si es porque soy bajita, o porque siempre procuro mirar donde piso, el caso es que así me voy encontrando estos trabajos de fundición, tan cuidados que no merecen una palabra tan fea: alcantarilla. Urg.

Además de alcantarillas primorosas, Weimar tiene tiendas hechizantes, cafés centenarios e inesperados jardines kilométricos, muy dignos de paliza agotadora. Una sabe que está llegando a una edad delicada cuando después de una caminata lo que le apetece tomarse no es un café, sino un relajante muscular para las lumbares.

De vuelta a Jena, y a pesar de mis lumbares, tuve el lujo de conocer más en profundidad esta ciudad curiosa mezcla de ambiente universitario y tecnológico: tener de guía a un auténtico ossi de adopción, doctor por la mismísima universidad Friedrich-Schiller, quieran que no, es un grado. ¿Sabíais que en Jena se construyeron los primeros rascacielos de Alemania? ¿Que en su universidad impartieron clases Goethe, Schiller, Hegel, Frege, Marx, Schopenhauer? ¿Que Goethe hizo sus pinitos aquí como experto -además- en anatomía humana? ¿Que en cualquier esquina se monta una tertulia filosófica (hola, Mon)?
¿Que estoy deseando volver?




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Lo pensó A. a las 23:28 | Enlace a la entrada |


2 Comentarios:


  • At 1:13 a. m., Anonymous Anónimo

    Salve, Salve! Y perdóname que llegue a estas alturas del partido a dejar huella de mi presencia en tus territorios virtuales: sé que me merezco una patada en salve, digo salva sea la parte, pero ya conoces de mis vicios y debilidades.
    Me fascina al leerte el poder asistir a ese proceso de percepción y construcción de lo que experimentamos y vivimos. Percepción como filtro de una maraña de impulsos que de otro modo no podríamos asimilar. Construcción como creación de algo que no existe hasta que no lo aprehendes y que sólo puede incorporarse a tu memoria como parte de tu propio mundo vital. Tú has venido a Jena y juntos nos hemos dado un garbeo por esta ciudad y por la vecina Weimar. Ya las conozco desde hace años… o eso creía, pues tú me las pintas ahora con colores que no conocía y con acentos que me suenan nuevos. Te compro esa Jena, esa Weimar y esa Turingia que tú has visto –pago lo que quieras y en la moneda que establezcas– porque me sorprenden, me emocionan, me divierten. Un pequeño ejemplo (sólo uno, para no destriparte las imágenes y los tesoros de la memoria, que es justo lo que quiero que me vendas): lo que a Karl Marx y a mí nos une es que ambos tenemos el dudoso honor de haber obtenido el grado de doctor por el Alma Mater Jenensis; lo que nos separa –y no es poco– es que mientras que a mí están a punto de nombrarme hijo adoptivo de la ciudad por mera persistencia en habitarla, él jamás pisó Jena (efectivamente esto de la enseñanza a distancia viene de largo…). Tú le otorgas cátedra (presumiblemente en filosofía o tal vez en economía) y yo sólo puedo congratularme por ello (media docena más como él habrían necesitado estos muros desgastados para salir de la abulia de su propia tradición), pero entonces, claro, me pongo a buscarlo por calles y travesías, por aulas y pasillos, por mensas y campi (¿o escribo cámpuses, como me tomo cafeses?). Lo creas o no, lo encontré: ahora lleva mono azul, monta en una bicicleta Diamant (sí, de las que fabricaban en Chemnitz durante la época de la RDA –no puede ser casualidad: la ciudad llevaba entonces en merecido nombre de Karl-Marx-Stadt) y trabaja como técnico, “Hausmeister” o algo parecido en la universidad. Sigue inconfundible con esa barba blanca, esos rizos sobre las orejas y ese mostacho negro bajo el gesto algo severo y melancólico. Está entre nosotros, afortunadamente.
    Mi memoria, comprendí cuando me puse a recapitular nuestros paseos y aventuras durante tu estancia, se había construido andanzas y aventuras y se había grabado escenas y estampas conforme a sus propios humores y cicatrices. Una es poco menos que indeleble. Bajábamos del coche en Weimar y acabábamos de montar al “Kurzer” en su trono con ruedas. Se nos plantó delante un hombre doblado por la edad y las desventuras, camisa abotonada hasta el cuello, garrota, bolsa quizá con panecillos colgando de la mano libre. Nos hablaba del parecido de las ruedas del cochecito de niño con las de aquellas máquinas de vapor que empujaban los arados en su Silesia natal. Contaba historias de guerra, de números tatuados en el brazo y de deportaciones; disertaba con un estilo algo difuso sobre las crueldades que ha de sufrir la gente sencilla y sobre la maldad que supone inventarle precisamente la maldad a quien sólo tiene sus campos para arar. Yo asentía escrutándole los ojos. Tú tirabas de mí con los tuyos –no le sigas la corriente a esta gramola con patas porque su discurso no tiene punto final– parecías querer decirme. Cierto era y además la situación era moderadamente surreal: yo me estaba reinventando lo que aquel hombre decía, habida cuenta de que su dialecto dificultaba no poco mi comprensión. Sin embargo, si hubiera estado solo, si no hubiera estado allí David haciendo retorcimientos de reptil impaciente en su cochecito, me habría quedado a escucharle toda la mañana. Llámalo solidaridad entre expatriados, pero yo tenía la impresión de estar ante una de esas personas que realmente tienen una historia que contar, una que desgraciadamente ya no quiere nadie escuchar, que nunca nadie quiso atender, porque no es políticamente correcto ser víctima cuando tienes pasaporte alemán.

    En fin. Vuelve a Jena. Me tienes que vender tus recuerdos. Y yo te llevaré a tomar café con Carlos Marx. Ahora sé por dónde quedan sus dominios.

    Con todo cariño,

    tu Exiliado.

     
  • At 11:59 a. m., Blogger A.

    La blogosfera se está perdiendo contigo (sin ti) a un gran filósofo observador. Considéralo.

    Volveré por allí, ni lo dudes. Además, veo que va a ser la única manera de que me entregues esos cedés que me debes :-)

    Abrazos, y salúdame a Karl,

    A.