En mi barrio me cruzo a menudo con otro paseante de husky y pastor alemán, también paseante sin ataduras. No son el mismo paseante ni los mismos perros; los perros del paseante de Recoletos parecen más viejos, en especial el husky, que da pasos lánguidos y achacosos lejos de su paseante. Los perros de mi barrio tampoco son jovencitos. Tienen los cuatro perros un mismo porte dócil, curtido y obediente. Y los paseantes se parecen, con su aire rasta sin techo. Voy en bici un sábado y me cruzo con mi paseante del barrio por el parque. Bajo del autobús y me cruzo con mi paseante de las ocho de la mañana. Esta coincidencia de razas, aspectos y modos de pasear sigue asombrándome cada mañana y cada sábado.
Las casualidades no existen, o existen poco. A menudo cuando caigo en la cuenta de que se está produciendo una, miro hacia otro lado mentalmente: no quiero saber la causa. Es posible que no me acuerde de su cara, pero lo he visto: sí, bajé el otro día en su misma parada. Se perdió entre la mucha gente que cruzaba el Paseo de la Castellana en dirección opuesta a la mía y se parecía asombrosamente a mi padre. Asombrosamente.
Cuando iba sentada frente a él, esa certeza, el parecido inverosímil del viajante con mi propio padre, y por lo tanto, conmigo misma, me trastornó tanto que me vi obligada a decidir bajar en su parada. Sí, lo haría. Lo seguiría y averiguaría si mi abuela tuvo otro hijo, tal vez mi padre un mellizo, era la posguerra. Bajó apoyado del brazo de una mujer, de edad aproximada, tal vez poco mayor, su pareja sin duda. Durante el trayecto no habían cruzado una palabra. Él leía, no un periódico de los gratuitos, sino un buen libro: leía Niebla, de Unamuno. Un Niebla de la exacta colección morada de Austral que mi padre conserva en la biblioteca del salón. Pude observarle con toda la desazón que me permitió mi creciente nerviosismo. Las mismas cejas pobladas y puntiagudas, imposibles. Los ojos algo hundidos, más grises ahora que castaños. Las pecas que ya son manchas, exactas en una cara morena. Los labios finos. Un peinarse canas a lo Charles Aznavour. Un definitivo tono de voz parecido, quebrado y manso. No quiero saberlo, pero tengo que seguirle.
Tuve que seguirle.
Etiquetas: Eso que ocurre
pues sigue siéndolo, aunque solo sea un poco, aunque solo sea a veces... besos.