15 de marzo de 2007
Muy demasiada información
Seamos serios: no es posible que tantos y tantos y más blogs y foros y páginas de opinión en periódicos digitales se rellenen todas en el tiempo libre personal de que cada uno dispone. Es estadísticamente imposible. O bien tenemos todos muchísimo tiempo libre o bien en este país se disfruta de considerable tiempo libre durante el curro, digámoslo de una vez.

Me gustaría leer cifras sobre los picos de carga de red contra los picos de acceso a los gestores de blogs en horario de 9:00 a 18:00.

La historia de las pérdidas de tiempo en el curro debidas a internet (antes también había, pero estaban más relacionadas con la máquina del café) comenzó con el correo electrónico. Recuerdo cuando solo tenían cuenta de correo los jefes. Y por supuesto, los mensajes tenían que estar relacionados con el trabajo mismo. Recibir un correo electrónico y más aún, escribirlo, era un puntito más que moderno, era definitivamente insólito y original. Yo tenía una cuenta en una universidad alemana por entonces. Era prácticamente de la única forma que se podía acceder a Internet, sin cibercafés, ADSL ni magnaminidad empresarial. Me comunicaba solo con otros estudiantes o bien con amigos (jefes) de España que trabajaban en empresas de investigación o similar. Aunque no tuviera más que hablarles de lo que le había costado sacar el hielo del parabrisas de su coche al vecino yo escribía y escribía, para tener la satisfacción de oír el piip en mi maquinón unix al día siguiente. Podía ocurrir en medio de una clase y el resto de los alumnos se enteraba. No pasaba nada. Era cool.

Luego, al hacerse más común, como todas las cosas que se hacen más comunes, fue tomando dimensión de status, bajando por las castas sociales activas. Poseer cuenta de correo, aunque se usara a hurtadillas en horas de oficina, suponía tener que usarla. Y el salto se dio con las primeras cuentas gratuitas, accesibles por fin a cualquiera, que con celeridad pasmosa llevaron del disimulo al más absoluto descaro actual “espera que leo mi correo y te entrego el informe”.

Con el acceso a internet más o menos claudicado en las empresas llegaron los periódicos digitales. Podías saber con absoluta seguridad cuando alguien se empapaba de información digital diaria por su semblante culpable a la vez que totalmente inactivo. Una falta de tecleo total, un dedo posado eternamente en el ratón de hacer scroll y el café enfriándose. Las páginas de los periódicos recargaban más lentamente a primera hora de la mañana y a mediodía.

Al fin y al cabo, al principio había poco donde elegir. La participación era más bien inactiva, puros receptores de ecos de sociedad, imágenes y chismes variados. No demasiadas direcciones interesantes y conocidas donde hacer clic y por supuesto, nunca darse por enterado el primero de las noticias online, por si acaso. Continuar con la tarea por si acaso y teclear después más deprisa por si acaso.

Creo que el 11-S cambió el panorama de Internet, entre otros panoramas que ha cambiado, para siempre y sin complejos. De repente, era lícito enterarse de lo que pasaba, era prácticamente vital hacerlo al segundo. Y el fenómeno comenzó a ser también opinable. Y quedaron obsoletas las tertulias de café y nacieron los blogs.

Entretenerse ha cambiado de postura y de órgano y ahora nos sentamos y usamos las manos donde antes lo hacíamos de pie y oralmente. Cotillear con el compañero del otro extremo de la sala sobre la serie del día anterior lo hemos cambiado por contarlo al espacio anónimo e infinito donde todo hace eco con menos consecuencias directas. Donde nadie nos interrumpe y donde la hipocresía social tiene poco sentido. Pero no cabe duda de que seguimos necesitando esos intercambios de opinión donde escondernos y aliviarnos en medio de la jornada laboral. Y en vez de pasearnos por las mesas nos paseamos por los blogs, los ajenos y los propios.

Como mínimo, hay que agradecer al fenómeno blog la ausencia de ruido ambiental en todas las oficinas, lo cual por ejemplo, mi jefe agradece mucho.

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