El filme, curioso ya desde su guión, no se deja fácilmente clasificar en el género humorístico, aunque su directora nos conduzca en ocasiones a la carcajada abierta. Las peripecias de sus personajes, un extraño grupo de ejecutivos encerrados en un aún más extraño hotel maorí, a medio camino entre las neurosis y las verdaderas enfermedades mentales –tema que la autora y directora roza con demasiada sutileza, sin atacar de lleno las personalidades que dibuja muy pronto-, se nos antojan en ocasiones demasiado agridulces como para ser clasificadas de comedia. El título, que por ser quizá demasiado largo y críptico en la lengua de origen (algo así como Busca enemigos que no te conozcan desde niño) ha sido vertido al español simplemente como ese soso Campamento de Verano, conduce al espectador a la falsa percepción de cine ligero de aventuras, entretenimiento veraniego, algo que la historia pronto contradice. Los hechos amargos que se suceden, rondando la segunda mitad del metraje, incluyen escenas arriesgadas y espinosas para una comedia, como el suicidio de uno de los protagonistas, que sin embargo pronto es obviado en el devenir del argumento, hilado con puntadas maestras a partir precisamente de este giro narrativo. Los actores, todos ellos noveles y muy jóvenes (tal vez reprochable la adjudicación de papeles de ejecutivos poderosos a actores casi veinteañeros), destacan de manera definitiva en su actuación coral, más que escogidos separadamente. La atmósfera es a ratos relajada, principalmente en la primera hora; en ocasiones tensa y hasta desagradable –la directora pertenece a esa generación que se ha criado desayunando gore- y en otros momentos, francamente divertida, amable y hasta filosófica.
La trama argumental se permite ciertas trampas narrativas, que en ocasiones dejan entrever el desenlace de la secuencia. Sin embargo, el desliz se deja perdonar, por la originalidad con que están rodadas muchas de ellas. Sirva como ejemplo la llegada en barco a la isla: ya desde el principio adivinamos que va a terminar en naufragio, -los ejecutivos navegantes resultan absolutamente patosos, sin disimulos- pero la curiosa perspectiva contrapicada del mástil proporciona disfrute por sí sola.
Memorable la discusión de uno de los protagonistas con el jefe maorí de la reserva, para que éste permita al personal del hotel hacer una hoguera en la playa, secuencia cargada de referencias a la cultura ancestral de Nueva Zelanda, y de ironías sobre el bien pertrechado sistema capitalista de obtención de bienes. Unas y otras situaciones conducen a que el estado de ánimo del espectador, acorde con el de los personajes, pase por diversas fases durante el visionado, de modo que es posible salir agotado del cine llevándose a casa sensaciones variopintas y que sin duda van a suscitar debate.
En definitiva, una propuesta sorprendente y original, adecuada para disfrutar en grupo, de una directora que dará que hablar en festivales y foros de cine.
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