30 de marzo de 2008
Dietas, por ejemplo
Sospecho que cada mujer conoce bien el tipo de dieta que es incapaz de seguir. Y que ha intentado mil veces a pesar de todo seguirla, con más o menos éxito...

Es fácil decidirse a hacer dieta cuando uno más o menos se ve que la necesita, pero en ese momento no tiene hambre. Te dices, “sí, me tengo que poner a dieta, me conviene” y haces firme propósito de seguir la dieta más estricta que se haya inventado. Todo esto por ejemplo en medio de una paz infinita y un convencimiento beatífico e insuperable. Y luego pasa un tiempo... y encuentras una tableta de chocolate... de esas que has probado y sabes que te encantan, que tiene el sabor y la textura tan cercana a lo ideal en un chocolate, que no empalaga mucho... Ah, señor, te dices “resiste, que se te irá directa al michelín”, resiste que te vas a arrepentir, vaa, solo probarla, solo un poco, un par de oncitas... Y las poderosas endorfinas que segrega tu cerebro al saborearla hacen que dejes de tener tan claro que te conviene hacer dieta al fin y al cabo.

Luego te pones a mirar en internet sobre qué sustancias adictivas y cuáles estimulantes contienen las tabletas de chocolate y en qué proporción aproximada. Ah, no te olvides de las sustancias simplemente saciantes, y de las dulces. ¡Señor! Hay todo tipo de información contradictoria. Junto a aquellas que proclaman las bondades del cacao como reconfortante del ánimo, quitapenas e incluso varita mágica digna de llevar en el bolso, las hay que te recuerdan con crueldad cuáles son en cuenta calórica y en lista de carbohidratos vacíos las cifras de tu tableta de chocolate. Además amenazan con consecuencias funestas tras su ingestión, tipo acné juvenil reavivado, siquiera por un desliz de onza de nada. ¡Panorama! Ante tal cúmulo de información difícil de procesar, decides conscientemente y en poder de todas tus facultades mentales, restringir al máximo el simple paseo por el mostrador de dulces y cacaos del súper.

Y en eso vas a una fiesta... Y de postre hay fondue de chocolate. De ese chocolate negro cuya apariencia y olor te hace directamente salivar. Catástrofe, catástrofe. Intentas ceñirte a los propósitos de carestía autoimpuestos y mojas levemente una fresa en el bol. La mitad de ella, apenas cubierta de salsa chocolatera, y te la comes, sintiendo de inmediato cómo mejora su acidez con esa capa de chocolate. Y tomas otra fresa, o un par más... un gajo de manzana... cuando quieres darte cuenta queda poca fruta en la bandeja, aunque por supuesto no has sido la única que ha dado buena cuenta de ella... Te dices, “estaba de muerte”, y por esa noche no das más vueltas al asunto dieta. Y luego se acaba el fin de semana, llega el lunes y te miras en el espejo con detenimiento... Sueltas una carcajada, pero vuelves a hacer firmes propósitos de enmienda...


(Fresas y chocolate, solo por ejemplo.)

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2 Comentarios:


  • At 5:43 p. m., Anonymous Anónimo

    Con tanto chocolate y tantas ventajas asociadas hasta a mi me está entrando ganas de saltarme la dieta... y eso que no la hago...donde hay que apuntarse para ser participe de estas maquiavelicas ingestas?...y tienen que ser de chocolate...no pueden ser unas buenas setas con pasta...aromatizadas con hierbabuena o algooo...mmm que hambre me despiertas será la primavera...o la edad vaya ud. a saber...

     
  • At 7:23 p. m., Blogger A.

    Querido Carpanta, ya no estoy a dieta :-)
    Hola Rommina, visitaré tu blog, saludos!