10 de enero de 2008
El saber idiomas (y II)

Me dispuse, ya liberada de todo complejo corporal debido al cabreo, a ponerme el gorro para bajar a la piscina. Pero no había tal gorro: por el precio de six habíamos adquirido quatre. En fin, no me quedaban energías ni mucho menos vocabulario exacto para reclamaciones, así que toalla en mano bajé un camino que obligaba a pegarse un duchazo por narices. Haciendo un movimiento digno de malabar (¿por dónde leches pasan los franceses la toalla para que no se empape?), logré salpicarme mínimamente y lo primero que me tropecé en el recinto fue a Mariajo con un gorro muy mono de color rojo, así como guateado, de esos de ducha de señora. Coño, podía haberme dicho que traía uno, pensé un tanto atónita por el factor previsor. Se lo señalé interrogante cuando se aproximaba a mí andando con los talones, postura esta que mantuvimos ambas todo el rato, y me aclaró que se lo había dejado el socorrista. El socorrista. En fin, ni me reí ni le confesé hasta mucho después lo que había pensado, porque la situación seguía siendo bastante surrealista: un socorrista que te ve sin gorro y te encasqueta un bonete de ducha colorado. Al menos fue amable, porque perfectamente podía habernos redirigido a la bruja que nos los timaba. Así que decidí, cualquier vergüenza superada y sin quitar ojo a los niños que, efectivamente, se tiraban de bomba al lado de señoras que como mínimo hacían rehabilitación, pedirle otro gorro para mí, en mi mejor francés: Excusez-moi, j'ai oublié mon y aquí le hice un gesto a la cabeza, que sin embargo interpretó. Se dirigió a una taquilla interior, andando cansinamente y lo vi buscar un bonete o eso me pareció. Pero volvió con un auténtico gorro de natación profesional de silicona, en blanco. Esto, aún en francés, lo entendí perfectamente: luego me lo devuelve usted, porque es EL mío (...) y sonreía con muchos dientes.
Así que como ya no había nada más de lo que arrepentirse y las sillas no tenían aspecto de cómodas (ni de recién fregadas), me tiré al agua. Y por supuesto me hice unos cuantos largos con mi mejor estilo, crol, braza y espalda: somos unos paletos españoles, vale, pero nadamos mejor que todos vosotros.
Y nuestros niños se sumergen en el agua con un gran estilo también. Ellos por cierto, no montaron demasiada bronca, gracias en parte a nuestras amonestaciones y en parte a que quedaban ya muy pocos bañistas aparte de nosotros. Cuando por fin, algo más relajadas, nos sentamos Mariajo y yo en el mismísimo borde de un par de sillas, pies en vilo, a contemplar en toda su amplitud aquel recinto y sus habitantes, llegamos a la conclusión de que ni unos ni otros habían sido renovados en décadas, cada una por nuestra cuenta procurando no pensar demasiado en el estado del agua y en el fondo deseando que el amable socorrista pitara fin de fiesta. Habíamos renunciado voluntariamente a meternos en la piscina menor, en la que a modo de jacuzzi se relajaban señoras de edad respetable y otras carnes de fisioterapia, al lado de chiquillos más pequeños y con más mocos que los nuestros, así que poco más, excepto contemplar las cabriolas de los nuestros, nos quedaba por hacer allí.
Le devolví su super-gorro al vigilante, que me guiñó un ojo, más por cachondeo que por simpatía, e iniciamos la no menos azarosa fase de recuperar las prendas y procurar que los niños se vistieran cuanto antes, a ser posible sin apoyar ninguna extremidad en el pavimento. La taquillera jefa, que veraneaba en Benidorm, como nos hizo saber al devolvernos la ropa, concedió en hacerse entender en español. Yo aproveché para ponerle mi sonrisa más irónica y decirle que qué gente más maja y más simpática había por allí, a que sí, mientras ella me devolvía botas y cazadoras que yo iba entregando a los niños. Por supuesto renunciamos a la ducha (que sepamos no era obligatoria a la salida) y volvimos todos a los minihabitáculos a cambiarnos.

Y... en ese preciso instante ocurrió el DESASTRE. También me acordaré ya para siempre de estas palabras de Mariajo: “me han robado el móvil”, citando por delante mi nombre de pila completo, lo cual ya es un signo de gravedad en cualquier interlocutor, y acompañándolo de improperios castizos diversos. No es posible. Qué previsible, qué descarado, qué venganza racista tan poco elaborada. Se hizo el silencio y nos vestimos todos en un instante. Los niños se implicaron enseguida, buscándolo por cualquier bolsillo, pero Mariajo, descompuesta, sabía qué era lo último que había hecho antes de confiar su cazadora a la taquillera: mirar su móvil, un pedazo de móvil por cierto.

La que liamos a partir de entonces tomó tintes épicos. La taquillera de Benidorm no hacía más que decir que estaría en el apartamento. Su compañera solo asentía abriendo mucho los ojos mientras escuchaba cómo las exigencias tipo "de aquí no me muevo mientras no aparezca" aumentaban de tono más y más. De repente apareció la loro, la responsable, la timadora, la racista, ella. Nos faltó decirle señora, que se le ha visto el plumero. Pero se hacía la sueca en francés y arqueaba las cejas con suficiencia. Esas cejas sobre esos párpados recargadísimos en blanco, casi cuarteados, de los cuales costaba apartar la mirada sin una mueca. Era indignante, era más que casual y de puro descaro se nos desencajaba la mandíbula. Pusimos a los niños a buen recaudo de sus respectivos padres en el vestíbulo. Y decidimos que o se aclaraba o tendría que intervenir la policía. O en su defecto, el director de las termas. Que era directora y fue llamada para que se presentara en el lugar de los hechos.

Pongamos que fueron cuarenta minutos de acalorada discusión. Pongamos que se registró cada habitáculo y cada sala y no aparecía el móvil. Pongamos que ya con resignación y el propósito de poner una denuncia, accedimos a que los padres se llevaran a los niños y que, de paso, y más que nada por cerrar la boca a la taquillera, que visualizaba el móvil en cualquier rincón del apartamento y no paraba de decirlo, echasen un vistazo por allí, mientras nosotras esperábamos a la directora. A pesar de todo, la taquillera se esforzaba en ser razonable, incluso amable. La sospechosa, por otro lado, entendía mucho mejor el español de lo que simulaba: sus miradas y su actitud eran netamente defensivas. Nosotras a esas alturas ya nos sentíamos solo decepcionadas y en derrota. Además, llovía a mares. Toda abrigada y bajo paraguas se presentó entonces la directora, que por supuesto defendió a todas y cada una de sus empleadas y nos conminó a que si no estábamos conformes pusiéramos una denuncia, no sin antes argumentar que el móvil se podía haber caído y cualquiera haberlo birlado. Lo cual era una posibilidad. Aunque menor.

Y entonces sonó mi teléfono, los chicos habían llegado a los apartamentos. Y habían buscado el móvil por allí.

Y estaba.

Dios mío.

Yo improvisé como pude, previa advertencia de Mariajo, una respuesta ante tan dudosísima eventualidad -ahhh, que no está, ¿verdad?, pues nooo, yaa, jo, qué mal-, dado que, con la que habíamos liado, cualquier otra salida era poco menos que suicida. De modo que les comunicamos la mala noticia, non, ne se trouve pas là y pusimos cara de gran desolación, ellas igualmente je suis désolé, désolé. Y nos retiramos con la cabeza gacha...
A continuación fuimos víctimas de un ataque de risa espontáneo, incontrolado y nervioso. No hubo sangre.

La taquillera sigue llamando regularmente al móvil de Mariajo. Yo opino que algún día tendrá que devolverle la llamada y confesar. No antes de cinco años, claro.





(Vale, la foto no tiene mucho que ver, pero al fin y al cabo habíamos ido a esquiar...)

Etiquetas:

 
Lo pensó A. a las 23:13 | Enlace a la entrada |


2 Comentarios:


  • At 9:26 p. m., Anonymous Anónimo

    Pues yo, ya puestos en el papel habría interpuesto la denuncia...je suis ainsi, o como se diga en gabachocristiano normalizado, es probable que a Mariajo no le dieran otro megamobile, pero me habria quedado muuu a gusto pensando en la mala leche que seguro habria destilado la timadora...sobre todo sabiendose inocente...jejeje

    Aqui un poco de carne de fisioterapia.

     
  • At 12:09 p. m., Anonymous Anónimo

    Y yo que pensaba apuntarme de interprete! Vaya plaga que les cayó, les está bien empleado a los cutregabachos. Podeis recomendarlo por Internet como el paraiso de los spas.............

    Yo sí que soy carne de fisioterapia!