Puede ser... puede ser... sí, puede ser perfectamente. Huele como ese tipo nervioso de la clase de baile del otro día. Sisisisisi. Tal cual, tal cual. Es una colonia de hombre fresca pero no muy cara, de aquellas que bastan poco y cunden bastante. Por alguna razón que mi mente trata de descodificar ahora ese olor se me ha quedado grabado. ¿Quién, quién, quién la está llevando aquí en este vagón? No puede ser la chica de mi derecha, insisto en que es un olor masculino. Tampoco creo que sea de aquel jubilado cansado. Es un olor treintañero-cuarentón. Bueno, puedo ampliar desde los veinticinco a los cincuenta, pero los primeros ya con trabajo y casa propia. No detecto al portador de la fragancia y me pone nerviosa, suelo percibirlo rápidamente. De lo que estoy prácticamente segura es de que mi recuerdo proviene de la pista de baile. Coincide bien, uno destila vapor y olor cuando baila, evidentemente merece la pena perfumarse antes. Los recuerdos olfativos son poderosos y persistentes, y además surgen de repente, como un mazazo, como una sorpresa que dice, eh, has tenido una experiencia olorosa parecida. Tengo que encontrar al nuevo portador.
Estamos cambiando de parada. Mis candidatos se van alejando hacia la puerta, lo cual me impacienta: casi soy capaz de levantarme, ceder mi asiento y situarme detrás de un par de nucas, tengo que descartar; pero me contengo y quedo quieta, fracasada. No lo voy a detectar. Qué frustrante.
Intercambio de pasajeros en la estación de Avenida de América. Suben, bajan, se sitúan, sientan y abren libros. Mi olor se ha disipado... ¿se ha disipado? ¿No? ¿Han subido OTROS candidatos al olor? Dios mío, debe de ser una colonia en oferta. A ver. Quizá ahora el olor lo porta el padre de familia que se me ha sentado al lado. También concuerda. O puede ser aquel un par de asientos más allá, aunque le sobran las bolsas de rebajas. Me estoy declarando rendida por momentos y solo me quedan un par de paradas.
Me levanto y recorro el vagón. Busco una salida cercana a la escalera automática de mi parada, aún con el olor, la frustración y las preguntas en la mente. Y entonces, cuando he pasado un par de puertas, caigo. Lo encuentro. Lo detecto. Me río. Posiblemente, casi nadie lo percibe de todas maneras, ese ambientador que ponen ahora en la línea 10. Me encantaría conocer al responsable de tal decisión aromática: me lo llevaría a bailar.
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Yo también me lo llevaría... A mí ayer, por cierto, me preguntaron qué colonia llevaba que olía tan bien. Y yo preocupada, ya ves. Esas paranoias que le dan a una cuando es tan evidente que hueles a perfume. O cuando es tan evidente que te has puesto semejante escotazo. O cuando es tan evidente que te has puesto semejante minifalda o pantalón apretado. Y como hayas combinado todo (perfume, escote y mini) es como meterse en un vagón de metro, pero con todos los pasajeros varones. No apto para quienes gustan pasar desapercibidas. Oye. Huele. Siente.