Mi apellido es Abascal y por tanto, estaba acostumbrada a ser la primera de la clase, al menos en la lista de alumnos. En realidad, en esa y todas las listas. En las listas de colaboradores en un artículo técnico. En las listas de reparto para un regalo. En las listas de socios de un club. Así era yo: la primera en ser nombrada siempre. Pero tuve mala suerte. Me enamoré de un hombre que se apellidaba Zurita, acostumbrado a la contraria situación. De estas circunstancias solo fuimos conscientes, yo horrorizada, mi marido divertido, cuando nuestro hijo Marcos empezó a ir al colegio. Yo comprobé con desagrado que en más de treinta años no ha cambiado para nada la racista distribución de niños por números, según apellidos, que se lleva a cabo en cada colegio, sea público, privado o incluso del Opus. Y mi hijo Marcos, para regocijo de su padre, que pasó un par de tardes enumerándole las ventajas, fue colocado el último de la lista. El último de su clase. El último, además, de todas las clases de primero de primaria. Y así continuaría durante toda su vida escolar, profesional y de ocio. Semejante drama.
Marcos acusó el ser nombrado el último. Es algo que un hijo único lleva bastante mal, no ser atendido inmediatamente. Para él comenzó a suponer una tortura el esperar veinticuatro nombres hasta oir el suyo cada mañana y cada mediodía. Su rechinar de dientes nocturno comenzó a preocuparnos y, aunque yo sospechaba la causa, su padre prefirió consultar a un terapeuta infantil. En aquella sala de espera decorada con cuadros de mares en calma y flores naïf no atendían según listas de apellidos, de modo que cuando Marcos entraba en consulta, casi siempre muy prontito, que para eso era medicina privada, estaba contento e incluso locuaz y el terapeuta de canas incipientes se hacía miles de interrogantes, y otros tantos le hacía a mi marido.
Por fin Marcos fue dado de alta, pero el rechinar de dientes continuaba, de modo que su padre optó por cambiar de especialidad médica y resolverlo físicamente: Marcos salió de la consulta del dentista con una férula de descarga maxilar nocturna, para que no se destrozara la dentina tan joven. No volvimos a oirle rechinar y su padre dio por concluido el problema. Yo sabía que rechinaba de otra manera, pero no le discutí.
Un día, ya Marcos adolescente, ruego a mis lectores continúen este relato por ellos mismos, porque a mí, que he puesto todas las ideas potenciales que tenía a macerar y secar al sol, se me han pochado y no soy capaz de sacarlas adelante. Así que ahí tenéis al pobre Marcos: dadle una oportunidad, vamos, creo que se la merece. Admito cualquier resolución lo suficientemente imaginativa. Acepto ilustraciones y fotos también . Soy un chollo, ¿que no?
Marcos acusó el ser nombrado el último. Es algo que un hijo único lleva bastante mal, no ser atendido inmediatamente. Para él comenzó a suponer una tortura el esperar veinticuatro nombres hasta oir el suyo cada mañana y cada mediodía. Su rechinar de dientes nocturno comenzó a preocuparnos y, aunque yo sospechaba la causa, su padre prefirió consultar a un terapeuta infantil. En aquella sala de espera decorada con cuadros de mares en calma y flores naïf no atendían según listas de apellidos, de modo que cuando Marcos entraba en consulta, casi siempre muy prontito, que para eso era medicina privada, estaba contento e incluso locuaz y el terapeuta de canas incipientes se hacía miles de interrogantes, y otros tantos le hacía a mi marido.
Por fin Marcos fue dado de alta, pero el rechinar de dientes continuaba, de modo que su padre optó por cambiar de especialidad médica y resolverlo físicamente: Marcos salió de la consulta del dentista con una férula de descarga maxilar nocturna, para que no se destrozara la dentina tan joven. No volvimos a oirle rechinar y su padre dio por concluido el problema. Yo sabía que rechinaba de otra manera, pero no le discutí.
Un día, ya Marcos adolescente, ruego a mis lectores continúen este relato por ellos mismos, porque a mí, que he puesto todas las ideas potenciales que tenía a macerar y secar al sol, se me han pochado y no soy capaz de sacarlas adelante. Así que ahí tenéis al pobre Marcos: dadle una oportunidad, vamos, creo que se la merece. Admito cualquier resolución lo suficientemente imaginativa. Acepto ilustraciones y fotos también . Soy un chollo, ¿que no?
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