
Nochevieja. Con invitados y sin saber qué exquisitez preparar. Tengo la impresión de que a la gente la educan contra determinados sabores. Por ejemplo, viene Lino y no voy a poder poner pescado al horno: alguien que adora contar lo del terremoto de Sichuan y el accidente de Spanair necesita como mínimo un sabor tipo rosbif poco hecho. También están Sara y su incontinente novio, que cada vez que sale el tema político (la virgen no quiera) nos recuerda el escaño de Rosa Díez, la pertinaz lucha contra ETA y otros triunfos democráticos: ellos son de pavo relleno. Además se presenta Rainer, marisco olvídalo, los germanos prefieren detallar el caso del secuestrador austriaco antes que pelar cabezas de langostino. En todo caso voy a cocinar producto nacional, porque invito a Cecilia de estrella y desde la melamina de los chinos no cata nada que proceda más allá del mercado Maravillas. No lo tengo fácil tampoco con Alberto, impenitente aficionado al fútbol, se cenaría un par de huevos fritos si eso le dejara más tiempo para relatar -otra vez- la victoria de España en Eurocopa; igual se le une Pedro, pone los ojos en blanco con el sufrimiento de Nadal en Wimbledon y me toca retirar las copas caras de su lado. Afortunadamente Cris prueba de todo, aunque se pone a oscarizar los platos: desde lo de Bardem ha empeorado, capaz que Manu le dé un grito. Espero que él no cuente el chiste de que caerá un meteorito a la tierra, que en todas las pelis de meteoritos el presidente es negro, ya cansa. Porque solo se ríe Lourdes, nuestra miembra por excelencia, que querrá hablar de Angelina y Brad o lo que dicen que dice la reina. Al menos con ella tengo asegurado que alguien pruebe mi dulce de leche.
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