Es difícil que nos demos cuenta cuando nos juntamos con la persona equivocada. Es esa persona que a todas luces -a todas tus luces, en este caso- te aprecia, te protege y da la cara por ti. La persona que te elige y por lo tanto apuesta por esa candidatura que eres tú, con todas sus virtudes, que alaba hasta el punto de hacerte formar parte de su equipo vital. Los principios suelen ser gratos, ilusionantes, tiernos como los gestos que uno no calcula, cargados de optimismo y buenas intenciones.
Ocurre que el tiempo va desvelando ciertas otras intenciones, algunos otros gestos y casi siempre más bien otra ilusión: aquella que tiene menos que ver con el común y se centra más en el individuo que era el otro. Se comienza a sospechar, sin querer reconocerlo en el fondo, que las virtudes alabadas no lo son tanto. Se va sintiendo una especie de desazón, aún no cargada de desconfianza, porque los indicios van apuntando hacia menos alabanzas y más desprecios, hacia cambios en la dinámica diaria, hacia verdaderos desplantes y salidas de tono. Consentir y obviar a la vez va imponiéndose, al fin y al cabo estamos donde estamos porque hemos sido elegidos, por algo habrá de ser, aunque nos vayamos viendo alternativamente relegados o sobrepasados, según sean las expectativas y/o humor de la persona que nos ha elegido. Nuestra autoestima se va minando a la vez que la actividad va agotándonos o bien comenzamos a carecer de ella, como quien carece de estímulos esenciales, sin preaviso en cualquiera de los dos casos.
Siempre llega un momento lúcido y generalmente desaprovechado -despreciado por uno mismo- en el que somos capaces de comprender que quien creíamos formaba piña con nosotros en realidad solo se engorda o complace con nuestro esfuerzo, haciendo su posición más fuerte y debilitando la nuestra en justo intercambio. No queremos asumir que esas virtudes que poseíamos han sido enterradas en favor de otras de otros. No damos crédito al simple hecho de que no se cuenta lo suficientemente (eufemismo) con nosotros.
Otros entornos y otras facetas, por contra, nos demuestran que dichas virtudes, valores, aptitudes, siguen vivas, son apreciadas, son requeridas. ¿Cómo es que estamos tan ciegos para no coger en ese momento la salida más fácil y dar un portazo a aquella persona equivocada?
Siempre, siempre nos mantiene la esperanza. La esperanza de una promesa. La esperanza de que nuestra extraña situación sea un grave error solucionable. La esperanza absurda de que no podemos equivocarnos tanto tiempo. Deberían inventar pastillas para los enfermos de esperanza.
No, no estaba hablando de una pareja, ni siquiera de una expareja. Estaba hablando de mi exjefe.